Federico García Lorca y su pasión por la tauromaquia.
La llevaba en las entrañas. Por eso, su poesía está llena de referencias al ambiente taurino. Como el sol que irradia luz propia, desde el fondo de su corazón, Federico García Lorca alumbraba la ya de por sí luminosa Fiesta. La sentía en su alma, por eso pudo escribir el poema “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”.
Si bien es verdad que el amor al amigo muerto lo lacera y lo destroza, se requiere un gran sentimiento del arte taurino para llegar a la esencia de lo que significa la muerte en la arena. Cada verso está impregnado de lo acontecido la tarde del 11 de agosto de 1934 en el ruedo de Manzanares. No sólo la elegía, sino gran parte de la obra está llena de imágenes toreras, ya que Federico y sus compañeros de la generación del Veintisiete, estaban inmersos en ese mundo.
El toreo, al igual que la poesía, está compuesto de dogma e imaginación, y cuando estos dos elementos coinciden, nace el poema que queda plasmado en papel, pero la faena, sin un manuscrito, ni un lienzo, ni un elemento que la contenga, se guarda en la memoria de los que estuvieron a la plaza. Por eso, cuando los toreros se gustan a sí mismos dicen: “Ahí queda eso” … pero ¿dónde queda?, en el recuerdo vivo de los que lo han presenciado.
El toreo es una de las artes efímeras como la música y la danza. Decía José Bergamín, y si la muleta sirve para demostrar el dogma y la ortodoxia, el capote es la imaginación del torero. El metro y la rima son el canon, pero la imagen es la muestra del poder creativo del poeta. El ritmo forma parte de las dos disciplinas y en las imágenes creadas por García Lorca, como las grandes faenas, tienen la hondura y el arte para quedarse por siempre en la memoria. Lorca, tenía duende para llenar de imágenes su poesía.
Por cierto, tener duende, es poseer gracia, encanto, oportunidad, sagacidad, malicia y frescura, características todas de la obra lorquiana. Como él mismo dijo en su conferencia Juego y teoría del duende: “Tener duende no es igual a tener ángel o a tener musa”.
Y, ¿qué es la imagen? Es, ante todo, la suplencia de una cosa. El Diccionario de la Real Academia Española nos dice que es la representación visual, mental o física de algo; puede ser una intuición o visión poética por medio del lenguaje.
Para Federico García Lorca, el poeta tiene que ir por la vida con los cinco sentidos abiertos a los acontecimientos frecuentes. No importa la actividad, lo que cuenta es la manera como se percibe el mundo.
Sin embargo, el principio de esta percepción ha de iniciarse con los ojos y continuar con los demás sentidos. Allí está el manantial de donde se pueden extraer las imágenes más intensas.
Para poder ser dueño de las más bellas imágenes tienen que haber comunicación entre todos los sentidos y con frecuencia incorporar sensaciones y disfrazar sus naturalezas. En “La casada infiel”, poema que no por conocido deja de ser bellísimo, es una muestra clara de ello.
“Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío”.
En el último verso de la primera parte del poema: “Muerte de Antoñito el Camborio”, la imagen conlleva la interacción de, por lo menos, dos sentidos, lo que se ve y lo que se oye:
“Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir”.
Las imágenes logradas son precisas, una comparación abreviada; con los reflejos de las estrellas agrandándose en el río se perciben rejones de oro y plata. Pocas palabras para llevarnos al campo bravo, donde los erales descansan en los cercados a un lado del río.
Lorca nos brinda la posibilidad de soñar, ¿qué?, verónicas, el lance por excelencia con el que se inicia la faena. ¿De qué son las verónicas lorquianas? de alhelí, por supuesto.
La comparación se define entre el lance, el capote y la flor, en la textura y en los colores, pero, sobre todo, en los colores que utilizan los toreros gitanos para sus capas, rosa con los vuelos en azul o morado. Y al final, las voces del que muere peleando, ya que la muerte es uno de los temas recurrentes en la obra de Federico.
Sin embargo, el poema con el cual Federico García Lorca se reconoce como poeta taurino es “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”. El cualconsta de cuatro tiempos. El primero, “La cogida y la muerte”, es una letanía en la que después de cada verso se repite la frase “A las cinco de la tarde”, como un recordatorio lacerante del santiamén de la tragedia.
Con ello, Lorca marcó el mundo de los toros. Es el símbolo de la hora en que, un poco antes oun poco después, llegan las desgracias. En esta primera parte, la plaza se va trasformando en enfermería, la cornada en infección, la sangre en negros coágulos y la sorpresa en sufrimiento irrevocable. Las imágenes sueltas, son desgarradoras, pero tan exactas y elocuentes, que nos conducen ciertamente hacia la muerte:
“Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y solo muerte
a las cinco de la tarde”.
Las cornadas hieren a hombres. Seres imponentes que llegan a la plaza vestidos de seda y oro. A veces, cuando la corrida finaliza, se marchan a hombros, triunfantes y grandiosos. Otras, solamente se van caminando en silencio por delante de la cuadrilla. Pero las tardes de desventura, los primeros compañeros que se acercan a la tragedia, de la arena levantan un muñeco roto, desmadejado; y presurosos con su carga en brazos, levantan la vista orientándose en el calidoscopio circular del ruedo, buscando la puerta de la enfermería. En ocasiones funestas, el torero muere y la gente del toro que debería estar acostumbrada a ese juego con la muerte, no da crédito y mucho menos, se resigna a la agonía.
Federico García Lorca se rebela azorado, incrédulo, tremendamente dolido y carga los versos de una tristeza profunda, solemne y trascendente cuando escribió.
“Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con una asta desolada
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!”
Después, llega el asombro ante la muerte. El dolor desparramado por la cornada directa al corazón del poeta. La sombra negra de la separación irremediable y definitiva, contrasta con la imagen brillante a la que no puede renunciar.
“El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde.
Y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde”.
“A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!”
En la segunda parte, titulada “La sangre derramada”, Lorca pondera al maestro, a Ignacio Sánchez Mejías, torero gallardo, de valor indiscutible y depurado estilo. Lidiador riguroso, hombre de aventura y dramaturgo respetado. De una personalidad fuerte, siempre se acercó al peligro con una sonrisa a flor de labios. Con las banderillas fue gente. Por todo ello y mucho más, el diestro es declarado símbolo de esplendor, color y vitalidad:
“¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!”
Además de la semblanza expresada en la elegía, hay que destacar imágenes como: “y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra” … “En medio de la catástrofe, apurados por los gritos de fantasmas de mayorales, en la noche, toros lóbregos pasan al galope impetuoso”.
En el tercer tiempo llamado “Cuerpo presente”, Federico va haciendo acopio de reflexiones personales y en los renglones finales son ya una despedida envuelta en la resignación, versos por cierto colosales: “Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido. Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!”.
La cuarta y última parte se titula “Alma Ausente”. Es la aceptación de la muerte, ya ninguno conoce al espada. Se ha muerto para siempre y nadie se explica por qué. Sánchez Mejías volvió a los ruedos sólo para morirse. La campaña de su retorno inicia el 16 de julio de 1934, en Cádiz y después varios compromisos más, pero llegó la fatídica tarde en Manzanares.
Dicen que: “lo bien toreao es lo bien arrematao”. La consumación de García Lorca al Llanto es inmensa: “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos”.
La claridad de la poesía de Lorca y el destello en sus imágenes, encontró ese algo que tienen las plazas de toros, que convocó a una generación de poetas, la Generación del Veintisiete para que hilvanara la literatura y el toreo. Gerardo Diego, José María de Cossío, Pedro Salinas, Jorge Guillén, José Bergamín, Antonio Marichalar, Corpus Barga, Vicente Alexaindre, Dámaso Alonso, Ramón Gómez de la Serna, Rafael Alberti y por supuesto García Lorca. Sólo durante ese Siglo de Oro se dio tanta concentración de talento.
Y parafraseando las propias palabras de Federico García Lorca: “Tardara mucho en nacer, si es que nace, un hombre tan claro, tan sabedor de ese algo que tiene el rito del toreo, donde la ofrenda es el propio sacerdote, que cuando se va en la tarde, la vida cambia de sentido para los que nos quedamos, indudablemente, más pobres y más desamparados”.
Muchas gracias.
