Mario Vargas Llosa y su afición a los toros
Cuando se reconoció al escritor peruano y español Mario Vargas Llosa con el Premio Nobel de Literatura en el año 2010, la fiesta brava española e hispánica, sufría de duros ataques de sectores políticos y sociales, en un intento de debilitarla y acortar el camino hacia su desaparición.
Paradójicamente, al tiempo que se prohibían las corridas de toros en Cataluña, se concedía el máximo galardón artístico universal a un defensor de la fiesta taurina. Desde luego dicho reconocimiento no tuvo nada que ver con sus gustos festivos, pero en su momento, tuvo que situar en un contexto valorativo su condición de aficionado a los toros.
Si buscamos su obra taurina, la vamos a encontrar en artículos, discursos recogidos por escrito y entrevistas; que, a pesar de no ser muy amplia, nos permite conocer y tratar de entender el proceso que lleva a que una persona se convierta en aficionado a los toros.
Pero, ¿qué es el toreo para Mario Vargas Llosa?
Es el enfrentamiento del torero y el toro en un ruedo, en público, en el marco celebrativo de un ritual inmemorial, que es el que representa la lidia de toros bravos, todavía en la actualidad.
Mario tuvo su primer acercamiento a los toros en el entorno familiar, en donde se educó y creció y por ser un mundo taurino, en la mayoría de los casos se entiende y como el mismo dijo desde “la tradición y la cultura del medio en que se nace y se vive”. Toca el tema de la pervivencia de los toros con postulados apasionados, desde donde nos muestra la realidad histórica de lo táurico, como elemento unificador de la cultura hispánica, al manifestarse en ella de manera pública y popular el rito sagrado del juego del toro.
“La tauromaquia es un suceso que nos entronca con el pasado más lejano de nuestra especie del que venimos y por el que descubrimos que, aunque las apariencias digan lo contrario, no hemos cambiado tanto, ya que, por debajo de las capas de modernidad que nos hemos echado encima, o de los gigantescos conocimientos que hemos ido adquiriendo, no hemos variado espiritualmente”. Así pues, “de desaparecer las corridas de toros, se iría con ella la relación antropológica que mantenemos con nuestros orígenes y, al mismo tiempo, la manera más vigente y ancestral de comunicarnos, y que mantiene la cohesión social, allí donde se produce”.
¿Cómo se volvió Vargas Llosa taurino?
El primer contacto de Mario con los toros se produjo de niño, cuando vivió con la familia de su madre en Cochabamba, Bolivia, a inicios de los años cuarenta del siglo pasado; ahí, “se hablaba mucho de toros y se recordaban corridas célebres, y entre los tíos y abuelos, había eruditas discusiones sobre si Juan Belmonte o Joselito, que habían toreado ambos en Lima, era el mejor”.
En Cochabamba asistió a su primer festejo taurino, “ya con un enorme bagaje teórico debido a las conversaciones previamente escuchadas, tenía la cabeza y los sueños llenos de toreros”. El impacto fue enorme, y en él, prendió de inmediato la afición a los toros, tanto que en cuanto salieron del festejo le comunicó a su abuelo que quería ser torero, dejando a un lado las anteriores vocaciones como era la de aviador, o mago.
“No recuerdo quienes eran los toreros, ni qué
hicieron en el ruedo, ni si los toros lo eran, o novillos. Recuerdo en cambio, con fulgurante nitidez, mi concentración, mi fiebre con el espectáculo. Con lo que vi en el ruedo y lo que aprendí a partir de lo que vi, las infinitas posibilidades de gracia, valentía, invención y brujería, de garbo, hondura y pinturería que me hizo entrever como en una rendija, un áureo tesoro, el festejo al que asistía”.
Tal choque emocional y artístico dejó en Vargas Llosa una impresión imperecedera, tanto que, en él, a pesar de sus múltiples quehaceres y compromisos, la afición por la fiesta siempre ha perdurado y conservado con las corridas que ha visto en diferentes partes del mundo.
“Esta es una demostración de que, en la niñez, el ambiente cultural impregna futuras aficiones, en una etapa de la existencia en la que escuchar y ver, forja una manera de interpretar hacia el futuro, las realidades de la vida”. Es por eso que los políticos de hoy, tan deudores del buenismo y del animalismo, están dados a la tarea de evitar la asistencia de menores a las plazas de toros”.
Mario, en su niñez, pasaba del cine a la realidad y viceversa, y entre las realidades que le rodearon como eje de su formación taurina se encontró con el toreo de salón que el practicaba dentro de casa impulsivamente gestionado por su tío Juan Eguren, con un utensilio de toreo adorado por los Llosa, el capote de paseo de Juan Belmonte y que era la razón por la que su familia era belmontista, y preferían el coraje, arte y temple de Belmonte, más que la ciencia de Joselito.
“La capa de Belmonte era una pieza de seda y ‘de oro y grana’, que regaló el diestro al primer Eguren, y que se guardaba en un baúl muy especial con naftalina para evitar que se apolillara, solos se sacaba en extraordinarias ocasiones, y que a los jovencitos solo nos permitían ver a la distancia, como una prenda religiosa, destinada a la veneración”. Con ella su tío Juan, en esas célebres reuniones desplegaba delante de “los niños de la casa” todo su arte taurómaco, como elemento educativo de los asistentes y situaba al toreo de salón, como siempre lo ha sido, la base técnica del aprendizaje taurino y recurso para estimular el apego a las corridas de toros.
“Mi tío Juan citaba al invisible astado, con movimientos lentos, rítmicos, de graciosa elegancia, y confundía y mareaba al animal obligándolo a embestir una y otra vez, raspándole el cuerpo, en una danza mortal que nos mantenía hipnotizados. Aquellas noches yo salía a las plazas a torear y escuchar clarines, pasodobles, y veía los tendidos alborotados por los gritos entusiastas y los pañuelos de los aficionados”.
Y ¿cómo comprender el hecho taurino? Vargas Llosa menciona la enorme dificultad que existe a la hora de acceder a la comprensión del hecho taurino, ya que “no se alcanza desde el campo de la racionalidad, sino que penetra en cada uno de nosotros a través de los subjetivos conductos de la sensibilidad y de las emociones”. Por ello, “al igual que las modalidades artísticas de la poesía y la música, la aprehensión de lo táurico se moldeará por los territorios de la intuición, de la creatividad, de la sugerencia, de lo oculto, de lo que no se ve a primera vista y que solo se nos revelará cuando lleguemos a ello desde un terreno espiritual previamente abonado, que haga factible coger al vuelo algo tan etéreo e inasible como un natural o una Verónica muy bien realizadas.
“Estas manifestaciones divinas, pueden ser entendidas mediante una explicación técnica, pero que, en su íntima emoción, en su meollo, solo serán degustadas por aquellos que han ejercitado, al recorrerlo, el sendero de las sensaciones taurómacas, o artísticas; y que, en ese caso lo han inferido, al haber dejado la puerta abierta al embeleso de la sorpresa y a la devota admiración. “Quienes no poseen el aparejo necesario para que este fenómeno se haga comprensible, ni para verse trascendidos por las calidades sensitivas del toreo, quedarán, para la eternidad, al margen del milagro artístico de apreciar la fiesta de los toros; una evidencia natural porque, como ocurre en otros aspectos de la vida, muchas personas no se deleitan con algunas artes, como la música, la poesía o la arquitectura.
Esto, no debe ser una preocupación para nadie, más bien, al contrario, ya que no hay que convencer a los que no conciben el juego taurino, ni siquiera recomendar las corridas de toros, pues no tienen que entusiasmar a todo el mundo, como nos ha pasado a nosotros”.
Y bien, aquí dejamos este apunte sobre la opinión de una de las grandes plumas de la literatura universal sobre la tauromaquia como lo es el maestro Mario Vargas Llosa.
Muchas gracias.
