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Ruth Julieta Chávez · Vamos a quemar este pedacito

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El inicio de la primavera en México es también la temporada más seca del año, son los días de mayor la insolación, es cuando se intensifican los vientos y se producen las tolvaneras; pero al mismo tiempo, es la temporada de floración y reverdecimiento de muchas plantas, es el tiempo de arribo de varias especies de aves migratorias y es la temporada de reproducción de la fauna silvestre.

Por otra parte, en prácticamente todas las comunidades rurales tenemos ganado: vacas, borregos, chivos y caballos, que necesitan alimentarse de la naturaleza, así que los pastores desean el rápido crecimiento de los pastos y los follajes que nutren a sus animales, para lo que aplican la vieja rutina de quemar la vegetación para estimular el rebrote de los pastos.

Aunque esta práctica es parte de la sabiduría ancestral, con el paso de los siglos se ha convertido en una maniobra altamente dañina para los ecosistemas enteros, así como para el delicado equilibrio atmosférico y para la salud humana.

Quemar la vegetación funcionó durante mucho tiempo porque la combustión de la madera, la hojarasca y la parte superficial del suelo, libera minerales que son esenciales para el crecimiento de las plantas, como el fósforo, el potasio, el magnesio y el calcio. Sin embrago, este acto ha sido tan repetido a lo largo del tiempo, que tanta exigencia ha debilitado la capacidad del ecosistema para recuperase y producir buenos resultados. Y aunque esto ya lo saben los pastores, ellos continúan intentándolo por falta de una nueva solución para su necesidad.

Quemar la vegetación ya no es una buena alternativa porque ahora tenemos problemas que hace siglos no existían, como la presencia de especies de plantas invasoras que son favorecidas por el fuego, como el pasto rosado.

Este pasto llegó hace algunas décadas procedente de los pastizales africanos y es cada vez más frecuente observarlo durante el verano, en forma de un llamativo manto color de rosa en la superficie de los cerros y en las orillas de las carreteras. Entre más quemamos la vegetación, más rápido tenemos la invasión rosada, que no sirve de alimento para el ganado, porque no les gusta comerlo y porque tiene bajo o nulo valor nutricional, además de que cada año invade nuevos sitios.

Por si esto fuera poco, cuando nuestros ancestros idearon las quemas de vegetación, la temperatura de cada estación de año era más fresca, y ahora tanto los veranos y como los inviernos son mucho más cálidos cada nuevo año, lo que tiene como consecuencia que el suelo sea cada vez más seco.

Quienes son responsables de iniciar la quema de vegetación, tal vez no alcanzan a medir el tamaño de su responsabilidad frente al fuego y la importancia de todo lo que se puede perder en un incendio forestal: la capacidad del suelo para retener el agua, las plantas, los animales silvestres de todos tamaños, incluidos los polinizadores, los poblados cercanos, la buena calidad del aire y el equilibrio del ciclo de lluvias.

La iniciativa de alguien preocupado por el alimento para su ganado, que decide: “voy quemar este pedacito”, ya sea en la orilla de la carretera, en un cerro, o en un predio “abandonado”, puede convertirse en un incendio forestal, así que ya no debería aplicarse en el mundo actual; además de que causar un incendio forestal es un delito que amerita privación de la libertad. Lo que necesitamos es apoyo del estado para encontrar otras alternativas para alimentar al ganado, y necesitamos los ecosistemas lo más sanos posible, para que la naturaleza nos ayude a sobrevivir ante el cambio climático global vigente.

La autora es bióloga.

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