“El voto es más fuerte que una bala”.
Abraham Lincoln, décimo sexto presidente de Estados Unidos, de 1861 a 1865.
Quizás no hemos alcanzado a medir con claridad el papel de aquellos que han probado el horario público, y quizás no hemos comprendido qué se siente querer seguir en el puesto; lo hemos visto en las diputaciones y ahora lo vemos en el carro de la contienda por la presidencia municipal, pero a corto plazo no hemos visualizado que la reelección parte de una postura muy cómoda para los aspirantes, porque de alguna forma ya cuentan con un padrón de votantes duro y un padrón de beneficiarnos que durante tres años fueron alimentados por el apoyo y la asistencia.
La reelección solo coloca las figuras públicas en un escenario a su favor, mientras que sus aliados se pregunta si continúan siendo beneficiados, o si para que vuelva a ganar tendrá que aliarse de otras personas que los sustituirán. Digamos que es un miedo que se despierta mientras más se acercan las campañas electorales, y es justo aquí cuando todos son enemigos de todos, menos del candidato.
Otro de los costos que vemos es que gracias a un candidato que se reelige, la pasión por la campaña pierde puntos de interés, surge un cierto desinterés acompañado de frases como: ¡siempre los mismos!, ¡no tienen llenadera!… y el camino se ve muy opaco gracias a que son los mismos rostros.
La única ventaja de la reelección es la experiencia práctica, el sendero caminado y los resultados que pueden reproducirse nuevamente, aquí entre el juicio y el valor ciudadano, si es que para ellos dichos resultados son positivos y fructíferos. Algunos abrazan la reelección como un campo que podría mantenerlos vigentes en la política, y otros como la resistencia a un producto político nuevo.
Añadir Comentario