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Editorial · Circo político

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En un escenario político donde la democracia debería ser el pilar fundamental de nuestra sociedad, nos encontramos con dos candidatas presidenciales que, más que representar a los ciudadanos, parecen ser el resultado de maniobras políticas ajenas a los intereses del pueblo. Claudia Sheinbaum, elegida por el “inquilino de Palacio”, y Xóchitl Gálvez, promovida desde el oficialismo para descarrilar su carrera hacia la jefatura de la Ciudad de México, son el reflejo de un sistema donde los partidos siguen decidiendo quién debe estar en la boleta electoral, dejando a los ciudadanos huérfanos de verdaderas opciones.

La designación de Claudia Sheinbaum por parte de la cúpula oficialista no es más que una continuación de la línea trazada desde la Presidencia, una imposición disfrazada de democracia. Xóchitl Gálvez, por su parte, aunque inicialmente vista como una figura emergente de la oposición, no escapa a la sombra de manipulaciones políticas que la empujaron hacia la contienda presidencial, alejándola de su camino original hacia la jefatura capitalina. En este juego de poder, los ciudadanos quedan atrapados con candidatas que no representan las aspiraciones de un México que clama por liderazgo genuino y comprometido.

En esta contienda quedaron fuera perfiles más capaces y relevantes. Del lado oficialista, Marcelo Ebrard, con vasta experiencia y una visión progresista, quedó rezagado. Mientras que, en la oposición, Enrique de la Madrid, con su narrativa clara y contrastante, fue opacado. Estos son ejemplos de líderes con propuestas sólidas que podrían haber elevado el nivel del debate y las soluciones para nuestro país.

Estimado lector, ya sea que lea este editorial antes o después del 2 de junio, debe estar consciente de que estamos ante unos de los comicios más cruciales en la historia de México. Las candidatas actuales no llenan las expectativas, intereses, sueños y anhelos de nuestra sociedad. En vez de ofrecer una visión de progreso y desarrollo, ambas candidatas parecen conformarse con mantener y extender programas sociales sin una verdadera evaluación de su eficiencia. Un programa social debería medirse por la cantidad de personas que logran salir de la pobreza, no por el aumento en el número de beneficiarios. En esta contienda quien pierde es México. Nos enfrentamos a un circo político donde el pan y el circo siguen siendo las herramientas de manipulación para mantener el statu quo.

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