El origen del rito sacro de la tauromaquia que se niega a morir
Desde el año 1900 que inició la publicación del Heraldo de Navidad, ha sido importante realizar en nuestra ciudad Santiago de Querétaro, un balance histórico anual de cuanto se ha generado hasta esos momentos. La diversión popular de los toros, espectáculo que los españoles trajeron y heredaron en América desde los primeros años del siglo XVI, y que, por ser un espectáculo misterioso y místico que reúne arte, técnica, valor, gracia, y una larga cantidad de virtudes que por sí mismo lo hacen único, no se ha quedado atrás; a pesar que solo una minoría lo practica y acude a sus festejos, actualmente objeto de ataques, se continúa realizando la tradicional corrida de toros navideña, que se viene llevando a cabo desde hace decenas de años, como parte de las Fiestas de Navidad de nuestra capital queretana.
Su origen inicia como consecuencia del tercer movimiento de la tierra, que provocó la manifestación de los equinoccios, hace miles de años en el signo zodiacal de Tauro, el equinoccio de primavera, considerado el signo del sol fecundador, sol primaveral y el Dios Sol.
Con los homenajes al Sol, este signo se convirtió en un Dios y se adoró su representación celestial; pero el fervor religioso lo llevó más lejos y no solo se adoraron las representaciones del toro zodiacal, sino que se le atribuyeron virtudes, poder y beneficios. Se convirtió en un Dios y se adoró su representación en la esfera celeste; incluso, un toro vivo gozaba de honores divinos.
Así fue como el toro, la bestia mágica, signo dibujado, pintado o esculpido, fue identificado como el sol de primavera y se convirtió en Dios “TORO-SOL” y transformado en toro vivo, adorado como Dios Solar.
El Mazdeísmo, la religión del toro, se remonta desde hace miles de años y profesaba que el toro había sido el primer ser vivo creado. El Surya Védico es el Dios del Sol hindú, como Marduk, el becerro del Dios sol en Babilonia y Apis, el toro sagrado y dios solar en Egipto. Los hebreos tomaron de los egipcios el becerro de oro cuando se sintieron abandonados por Moisés en el desierto. En Creta, la cuna de la civilización pre-Helénica se celebraba el culto al toro con ejercicios taurinos hace seis mil años.
En Grecia, Júpiter tomaba la forma de toro para seducir a Europa; Pasifae se entregaba a un toro blanco que la hizo madre del minotauro y Dionisos era el Dios-Toro de la fertilidad. Según Diodoro de Sicilia, el toro de Hispania tuvo carácter sagrado desde que Hércules, fundador de Sevilla, regaló tres toros a un noble nativo. El culto del Dios-Sol Mitra pasó del mundo Indo-Ario al Latino a través de las legiones romanas que lo acogieron e hicieron suyo, pues se trataba de un Dios protector de los guerreros, y su religión, un culto vinculado a la milicia. Los romanos retomaron de los griegos la adoración al Dios-Sol Toro y comenzaron a sacrificar uno de estos animales bravos como agradecimiento después de una conquista o alguna festividad religiosa y muchas personas como sinónimo de perdón de los pecados y una verdadera reconciliación y arrepentimiento en una nueva vida, se bañaban en la sangre del animal sacrificado.
El emperador Julio César, introdujo las peleas de toros en Roma que perduraron hasta el final del Renacimiento; así los romanos tuvieron su toro expiador y reconciliador que adoraban en los monumentos al Dios-Sol Mitra, donde se mostraba a un toro que era sacrificado y cuya sangre purificaba a todos sobre los que se extendía: el “Taurobolio”.
El Mitraismo también se permeo a la plebe y a las clases superiores, incluso al emperador; esto, facilitó el inicio de las ceremonias de liturgia sangrientas; fue así que los altos dignatarios se convirtieron en los celosos guardianes del culto al Dios-Sol Mitra.
Mitraismo y cristianismo lucharon a causa desus analogías. El Clero mitraista reprochaba a los cristianos que tomaban de su religión muchas cosas, entre ellas la purificación de la sangre del toro y del cordero.
Sin embargo, el cristianismo terminó prevaleciendo cuando el emperador Constantino se convirtió a la religión de Cristo y le dio un gran impulso. Con éste hecho, los cristianos dejaron de ser perseguidos y se convirtieron en perseguidores terminado con los mitraistas. Pero el culto al sol estaba profundamente arraigado; el cristianismo tuvo que conservar e integrar elementos de la religión del Dios-Sol Mitra, para conformar un sistema religioso conciliado, como en todos los sistemas culturales.
De ahí nace el entendimiento entre la Iglesia Cristiana y la supervivencia tauromáquica del Mitraismo. La fe en el toro sacrificado ritualmente pasaba del Taurobolio al culto cristiano. El Papa Inocencio VIII (1484-1492), quién ayudó a Cristóbal Colón en sus viajes, celebró solemnemente la conquista de Granada por los caballeros españoles y el nacimiento de una nueva nación, España, corriendo toros por espacio de cinco días.
Cuando accedió al cetro de San Pedro, el español Rodrigo Borgia, quien tomó el nombre papal de Alejandro VI (1492-1503), su vida disoluta y ambición no tuvieron límites; de su relación libertina con Vannozza Catanel nacieron varios hijos entre ellos César y Lucrecia. Durante su pontificado se celebraron en el Vaticano innumerables corridas de toros. Su hijo César fue uno de los más destacados toreros; en él, se inspiró Maquiavelo para escribir la obra “El Príncipe”, de cuyas hazañas se levantaron estelas reseñando sus proezas, como la ocurrida el 24 de junio de 1500 atrás de la Basílica de San Pedro: “Se enfrentó a pie con un trapo y una espada corta a cinco toros, llegando a separar la cabeza de uno de ellos de un solo golpe”.
Esas fiestas del “cacce di tori”, como se les decía en Italia, las continuó el sucesor de Alejandro VI, el antiespañol Julio II (1503-1513). Este mecenas de las artes, también continuó la costumbre de celebrar corridas de toros a pesar de que: “… ni el odio profundo que sentía por los Borgias, a quienes combatió ferozmente, ni su antipatía a España impidieron la continuación de una costumbre genuinamente española e introducida por los Borgias al Vaticano”.
En la época del Papa León X, en el carnaval de 1520, se llevó a cabo en el capitolio un trágico festejo taurino donde fallecieron dos hombres. Al respecto escribió el padre Regatillo en su libro “Casos de derecho canónigo II”, “innumerables gentes se apiñaban en la típica Plaza de Navona para contemplar la lidia, sin que hubiese barrera ni más valla que la que ofrecían los cuerpos inermes de la multitud, se comprenderá lo brutal y condenable de aquellos espectáculos”.
Otra fiesta de “cacce di tori” fue la que dispuso el Papa Paulo III en 1539, quien convocó el concilio de Trento, uno de los más importantes de la Iglesia católica y donde se aprobó la fundación de los jesuitas; además que se utilizó para celebrar los esponsales de Octavio Farnese con Margarita de Austria, hija natural del emperador Carlos V, las festividades estuvieron revestidas de suntuosidad, lujos y corridas de toros.
El Papa Pio V (1566- 1572) excomulgó a los taurinos, pero pocos años más tarde, fue suprimida por el Papa Gregorio XIII (1572-1585). En España, el claustro salmantino se negó a obedecer y fue Fray Luis de León quien redactó la protesta, hasta que el Papa Clemente VIII (1592-1605), reconoció que las corridas de toros son una escuela de valor que pertenece al Patrimonio de España y levantó definitivamentela excomunión.
Durante estos años, también se llevaron a cabo los viajes de Colón y los viajes de conquista al nuevo mundo. Lo arraigado de las corridas de toros en la población española, permitió que fueran instaurados los festejos taurinos en Hispanoamérica, y fue entonces que continuó hasta nuestros días, la comunión de la iglesia y la tauromaquia.
En nuestro país, el primer festejo taurino que se tiene documentado en las cartas de relación de Hernán Cortes al rey Carlos V, fue el 24 de junio de 1526.
En nuestra ciudad Santiago de Querétaro, los primeros festejos documentados se efectuaron los días 21 y 22 de mayo de 1680, en una plaza improvisada que se instalaba en el atrio de la iglesia de San Francisco (actual jardín Zenea), para festejar la Consagración del templo de La Congregación de nuestra Señora de Guadalupe, por parte del benefactor de la ciudad, Juan Caballero y Osio; lidiando ganado de su propiedad, que según cuentan las crónicas, eran tan idénticos en color y físico, que no se diferenciaban; además, ordenó que los despojos fueran donados a conventos, hospitales y cárceles.
Pero, ¿qué es lo que representa el toro en la conciencia del ser humano? La energía primitiva, salvaje y la potencia fecundadora (virilidad). El hombre debe conducir y disciplinar la fuerza con la inteligencia, debe ennoblecer y sublimar el sexo con el amor. Le corresponde vencer en sí mismo la animalidad primigenia con los elementos taurinos igualmente agresivos que hay en él: la adoración de la fuerza erótica y la muscular. El antagonista más evidente en su voluntad de purificación, es el toro.
Las corridas de toros son la representación pública y solemne de la victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial. Así, pues, los festejos taurinos a pesar de sus acompañamientos espectaculares, son en realidad un misterio religioso, un rito sacro. El matador u oficiante apoyado por sus subalternos o acólitos, es una especie de sacerdote de los tiempos paganos, que el cristianismo y la religión ya no pueden condenar.
El torero es el ministro cruento en una ceremonia de fondo espiritual, su estoque es el sucesor sobreviviente del cuchillo sacrificial que utilizaban los antiguos sacerdotes. Y así, como también el cristianismo enseña a los hombres a liberarnos de las sobrevivencias bestiales que hay en nosotros, nada tiene de extraño que en muchos pueblos católicos de Europa y la América española como el nuestro, concurramos a éste rito sacro, aun cuando no comprendamos con claridad el íntimo significado del mismo.
Este conocimiento tan arraigado en nuestra memoria genética e inteligencia emocional, reconocen que desde hace miles de años hemos adorado al sol y al toro su signo solar, permitiendo que afloren de nuestro corazón y mente, los miedos, instintos y sentimientos retenidos y heredados, para que, al observarese rito sacro oficiado por el torero a través de esa danza de muerte que se lleva a cabo en los ruedos, podamos apreciar además, de laplasticidad, belleza de movimientos, música, ritmo y repetición de lances y pases en cada tercio, el arte que aflora a cada instante.
Muchas gracias.
