La bravura es un factor genético que se transmite de generación en generación y de forma sucesiva. En la gestión de este factor hereditario radica el misterio de las labores ganaderas. Es un objetivo que representa grandes dificultades, porque el acierto no se conoce hasta después de 4 años, mientras que el error tiende a subsistir con constancia por mucho tiempo.
Domingo Ortega comentaba que la bravura es: “no un instinto de defensa, sino de ataque”. José María de Cossío, en su obra “Los Toros”, trata de resumir todo lo dicho sobre la bravura en una simple definición: “Es una cualidad específica de los toros bravos”. El profesor Paños Martí asegura que “la bravura es el principal atributo que debe contar el toro de lidia, y la embestida, como una manifestación de la bravura y no la bravura en sí, y que las manifestaciones de la bravura, la acometida y embestida, forzosamente están influenciadas por la fuerza física que es el poder, y por el modo de ser del toro, que es el temperamento”.
Álvaro Domecq y Diez, en su obra “El toro Bravo”, menciona que: “La bravura es una cualidad visible del toro en la plaza que consiste en ir siempre donde lo llaman, y se complementa con otros matices y detalles perceptibles para los más entendidos que la subliman y enaltecen. Pero estos detalles son como la esencia en la condición de embestir, intrínseca para que exista la bravura.
“Aunque parezca una perogrullada, el toro que no embiste no es bravo y lo será tanto más, cuanto más embista a los que se mueven en el ruedo delante suyo, algo distinto a la embestida en oleadas para huir o defenderse. El toro de casta no trota cuando se arranca, sino galopa. No cornea cuando llega al caballo, se entrega, empuja con los riñones y no cede. Mete siempre la cara en el capote, en la muleta, en el peto del caballo y hasta cuando se banderillea”.
Rodrigo García González -Gordon, en su trabajo “La evaluación estandarizada de la bravura”, sistematiza el concepto de bravura diferenciando varios componentes específicos: “La bravura es un concepto multifactorial que engloba ocho dimensiones. Así, un toro bravo se caracteriza por la persistencia de su atención en los estímulos visuales y auditivos que se le presentan, y que son: fijeza, movilidad, acometividad, embestida en el caballo, embestida en los engaños, fuerza, nobleza y fiereza”.
Bajo estos conceptos surge la pregunta: La bravura y la toreabilidad, ¿son incompatibles?
Hay quienes afirman que la toreabilidad ha dado al traste con la bravura y ha sido una polémica constante desde principios del siglo XX; ésta palabra fue acuñada por el ganadero Fernando Parladé, al calor de las apasionadas discusiones que despertara el matador Rafael Guerra “Guerrita” con su notoria preferencia por el ganado del Marqués de Saltillo, que se distinguía por una embestida más fija y prolongada que la generalidad de los bureles de esa época, que tenían una fiereza defensiva y casi nula toreabilidad.
Esa toreabilidad es una cualidad que favorece el toreo y su evolución hacia el terreno del arte, como querían “Guerrita” y los numerosos partidarios de la lucha abierta entre toro y torero, bestia y matador en oposición férrea y mortal, características de la tauromaquia decimonónica.
Pablo Herranz escribió en una nota periodística: “Muchos dirán que la toreabilidad es una cosa que se ha inventado Juan Pedro Domecq para que las figuran anden aliviadas. Pues no. La inventó su padre o su abuelo hace décadas, cuando se dieron cuenta junto con los toreros, que la gente estaba empezando a ir a las plazas, para que se les alterase el ánimo con el resultado final de una experiencia estética que complementase la expectación que les producía lo que ocurría en el ruedo.
“En otras palabras, la toreabilidad se puede entender de una forma peyorativa, como una suerte de alivio que los ganaderos han inventado para los toreros; pero, es la base que seleccionada desde la bravura, posibilita una experiencia más completa y doblemente emocionante de la tauromaquia”.
Juan Pedro Domecq Solís, tercera generación que ha dirigido la misma ganadería, hace una distinción clara entre bravura y toreabilidadcomo dos conceptos distintos, separándolos de la fiereza. En su libro “Del toreo a la bravura” explica: “anteriormente la correlación entre fuerza y nobleza era negativa: los animales más fieros, eran además los menos nobles”.
Así, la bravura aparece como “la capacidad del toro para luchar hasta la muerte. Por lo que para juzgar ésta y calificar al toro, debe tenerse en cuenta su lidia en todos los tercios”.
La toreabilidad, en cambio, tiene que ver con el temperamento que el toro tiene en esas acometidas y comenta: “El conseguir que el toro persiga aquello que se mueve, ya sea el capote o la muleta, que es la toreabilidad, resulta más fácil cuando el toro es menos fiero o tiene menos casta, pero a esa toreabilidad le falta el componente esencial de la emoción, y aunque el equilibrio de toreabilidad y casta es mucho más difícil de conseguir, es el objetivo que se debiera perseguir en la crianza actual del toro de lidia”.
La toreabilidad es un concepto relativo al comportamiento, que como tal debiera complementar a la bravura y la casta del toro. A partir de estos conceptos, podemos decir que la evolución del toro ha conducido el arte de torear a la cumbre; pero también, irremediablemente hacia una posterior y progresiva decadencia.
Bajo ésta perspectiva, los aficionados hemos catalogado a la toreabilidad como algo indeseable, ya que fue incluida en la selección ganadera como uno de los rasgos de comportamiento del nuevo toro de lidia, del toro artista, que más allá de cierta dosis límite, dio paso al llamado toro comercial, pariente cercano del medio toro… y del actual toro de lidia.
Sin embargo, la bravura y toreabilidad no son excluyentes entre sí, por lo tanto, la toreabilidad no es necesariamente nociva. Afirmarlo equivaldría a regresar al combate gladiatorio anterior ab“Guerra”, en clara traición a lo que ya “Curro” Cúchares y “Lagartijo”, tan distintos entre sí, habían vislumbrado y ejecutado, cada uno de acuerdo a su tiempo y su técnica.
Por el contrario, la bravura entendida en los términos que le asignamos durante el siglo de oro de la tauromaquia, ese que inauguró Belmonte allá por 1912, o puede que Gaona un poco antes, tuvo que incluir la toreabilidad como elemento indispensable para pasar de una lidia breve, al expansivo toreo.
Pero no hay que confundir toreabilidad con el perezoso y desganado pasar del toro actual; sencillamente porque para torear, pero torear de verdad no de salón, se requieren toros de empuje y con bravura, que solo el verdadero torero es capaz de someter para disponer creativamente de dichas cualidades, y orientarlas en la creación de la obra artística que los aficionados estamos deseando disfrutar cuando acudimos a una plaza de toros.
La toreabilidad no debe ser candidez ni sosería; es bravura ordenada en función de la voluntad del artista que disponga de la técnica precisa, la claridad mental y el valor necesario para doblegar la naturaleza agresiva de un toro hasta transformarlo en colaborador. A esa cualidad del toro de lidia, inherente a su condición de casta con el complemento de la resistencia física adecuada, es a lo que se debe llamar toreabilidad. A un animal que sencillamente pase, le da pases cualquier aficionado medianamente enterado y resuelto; al toreable, pero con su casta íntegra, solamente le puede un torero en plenitud de facultades taurinas y con el corazón bien puesto. La toreabilidad no debe ser fácil entrega, sino exigencia de toreo; bravura y riesgo dominables como requisito esencial y materia prima fundamental para la creación de arte.
Muchas gracias.
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