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Albero Taurino

Carlos Alberto Vega Pérez · Albero

¿Qué significado tienen las corridas de toros para los verdaderos aficionados? y ¿qué nos enseñan realmente estos maravillosos animales durante el ritual sacrificial que los rodea?
 
En medio del bullicio de la ciudad, donde el tiempo parece correr sin pausa y las preocupaciones del día a día nos abruman, existe un mundo aparte, un universo cargado de simbolismo y tradición que, para algunos, encierra la esencia misma de la cultura y la tradición heredada de España. La tauromaquia y su representación más emblemática: los toros.

En estos tiempos tan agitados, donde las opiniones se polarizan y el debate se intensifica, me gustaría reflexionar sobre el significado profundo que los toros tienen para muchos de nosotros. Más allá de las controversias y las críticas, ¿qué nos enseñan realmente estas majestuosas criaturas y la ancestral ceremonia que las rodea?
En primer lugar, debemos evocar la estampa imponente de un toro en la plaza, erguido en toda su magnificencia, desafiante y noble. ¿No nos recuerda esta imagen la fuerza indomable de la naturaleza?, ¿la esencia misma de la vida en su estado más puro y salvaje? Los toros nos conectan con nuestras raíces más primitivas, nos transportan a un tiempo y un lugar donde el hombre y el animal compartían un vínculo sagrado e inquebrantable, por algo llegó a ser admirado y adorado como el Dios Toro-Sol en sus inicios por la religión mitraista.

La tauromaquia nos invita a contemplar la dualidad inherente a la condición humana: la lucha entre el hombre y la bestia, entre el instinto y la razón, entre la vida y la muerte. En cada corrida, presenciamos un drama ancestral que nos enfrenta a nuestros propios miedos y pasiones, nos desafía a confrontar la inevitabilidad de nuestra propia mortalidad.
Pero, más allá de la confrontación física, la corrida de toros es también un espectáculo de belleza y maestría, donde el torero, con su destreza y valentía, se convierte en un verdadero artista del ruedo. En sus movimientos elegantes y precisos, en su capacidad para interpretar y responder al lenguaje del toro, encontramos una expresión única de la conexión entre hombre y animal, una danza trágica y sublime que trasciende las palabras.
 
No podemos ignorar las críticas y las objeciones que provoca la tauromaquia en la sociedad contemporánea. La violencia y el sufrimiento asociados a la lidia de los toros son cuestiones legítimas que merecen ser abordadas con seriedad y sensibilidad, para conocer su etología y fisiología que lo vuelven único, una subespecie bovina digna de admiración y respeto como tal.
Sin embargo, no podemos perder de vista el valor cultural e histórico que esta tradición representa, ni la pasión y el respeto que sus seguidores profesamos hacia estos nobles animales.
La tauromaquia es mucho más que un simple espectáculo o una forma de entretenimiento. Es una manifestación única de la identidad y la herencia cultural de un pueblo, un símbolo de la resistencia y la tradición que perdura a través de los siglos. Por ello, en lugar de condenarla o ignorarla, debemos abordarla con la mente abierta y el corazón dispuesto a comprender su significado más profundo.

Pero ¿qué es lo que representa el toro en la conciencia del ser humano? La energía primitiva, salvaje y la potencia fecundadora, la virilidad. El hombre debe conducir y disciplinar la fuerza con la inteligencia, debe ennoblecer y sublimar el sexo con el amor. Le corresponde vencer en sí mismo la animalidad primigenia con los elementos taurinos igualmente agresivos que hay en él; la adoración de la fuerza erótica y la muscular, donde el antagonista más evidente en su voluntad de purificación, es el toro.
Las corridas de toros son la representación pública y solemne de la victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial. Los festejos taurinos a pesar de sus acompañamientos espectaculares, son en realidad un misterio religioso, un rito sacro.

El matador u oficiante apoyado por sus subalternos o acólitos, son una especie de sacerdote de los tiempos paganos, que el cristianismo y la religión ya no pueden condenar.

El torero es el ministro cruento en una ceremonia de fondo espiritual, su estoque es el sucesor sobreviviente del cuchillo sacrificial que utilizaban los antiguos sacerdotes. Y así, como también el cristianismo enseña a los hombres a liberarnos de las sobrevivencias bestiales que hay en nosotros, nada tiene de extraño que en muchos pueblos católicos de Europa y la América española como el nuestro, concurramos a éste rito sacro, aun cuando no comprendamos con claridad el íntimo significado del mismo.
 
Este conocimiento tan arraigado en nuestra memoria genética e inteligencia emocional, reconoce que desde hace miles de años hemos adorado al sol y al toro su signo solar, permitiendo que afloren de nuestro corazón y mente, los miedos, instintos y sentimientos retenidos y heredados, para que, al observar ese rito sacro oficiado por el torero a través de esa danza de muerte que se lleva a cabo en los ruedos, podamos apreciar además, de la plasticidad, belleza de movimientos, música, ritmo y repetición de lances y pases en cada tercio, el arte que aflora a cada instante.
En medio del debate y la controversia, los toros nos recuerdan la importancia de preservar y respetar nuestras tradiciones más arraigadas, de honrar el legado de nuestros ancestros y de mantener viva la llama de nuestra identidad colectiva.

Porque, al fin y al cabo, en los toros encontramos un reflejo de nuestra propia humanidad, una metáfora de la vida misma con toda su complejidad y grandeza.

Muchas gracias.

Su majestad el toro bravo, saliendo al ruedo durante el ritual sacrificial, que es la lidia. – ARCHIVO

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