Toreros que forjaron la época de oro de la tauromaquia queretana
Las ciudad de Querétaro ha sido desde finales del siglo XIX semillero de hombres valientes, que bordaron su nombre en letras de oro en la historia de la tauromaquia queretana; pero que lamentablemente por el menoscabo que han tenido los festejos y la falta de interés en el arte taurino, sus nombres están cayendo en el olvido.
Es por eso que quiero rendir un homenaje a los toreros queretanos originarios de Villa Cayetano Rublo, Hércules, en el municipio de Querétaro: Jesús, Vicente y Teófilo Camacho Montoya, hombres que vivieron intensamente la fiesta brava en sus mocedades.
La afición por el arte de torear, llegó a ellos por la gran admiración que don Luis Camacho Velázquez, su padre, tenía por don Rodolfo Gaona, figura indiscutible de la tauromaquia de aquellos tiempos y de quién hablaba frecuentemente. Esto, y ver en las fiestas del pueblo que año con año el 8 de diciembre, organizaban los obreros de la fábrica El Hércules, hizo nacer primero en Jesús y Vicente, después en Teófilo, el gusto de enfrentarse con elegancia y filigranas al toro.
Desde pequeños llevaban el sabor de la tradición popular y con ella la seda, el oro, la sangre y el sol que conlleva la tauromaquia. Por el año de 1912, Jesús muy niño aún, asistió como espectador y vio muy de cerca su primera corrida de toros celebrada en las ladrilleras de Hércules, en lo que hoy es la Escuela de Artes y Oficios.
Así como cuentan que Rodolfo Gaona empezó toreando un borrego, en una ocasión al ir al mandado, Jesús se encontró con uno y de inmediato realizó un requiebro pinturero que culminó con un triste final, sus huesos rodaron por tierra, seguido del airoso reclamo de la señora doña Julia Montoya su madre, contra el dueño del borrego, que en tan malas condiciones dejó a su vástago.
Por el año 1920, la familia cambió su domicilio a esta ciudad, habitando una casa en las calles de 20 de noviembre, en pleno barrio de La Cruz; ahí formaron su cuadrilla y empezaron a jugar al toro con un aparato que adquirieron. Los actuantes eran: matadores, Tranquilino García “Maera”, Jesús Camacho “Silveti II” y Vicente Camacho. Banderilleros: José Martínez y Salvador “N”.
Los carteles para sus presentaciones de juego los hacían a mano; también fabricaban y vestían las banderillas y con los avíos completos, se iban cada domingo a torear por el rumbo de Carretas.
A Jesús y Vicente, les gustaba admirar las fotografías de las grandes figuras en los carteles colocados en los aparadores de la ciudad, con motivo de la tradicional corrida de toros navideña.
El primer capote de brega profesional de Jesús, lo compró después de ahorrar bastantes “domingos” de veinte centavos y no pocos ayunos, en dos pesos con cincuenta centavos de aquella época.
En 1926 toreó una temporada en la plaza de toros Colón la Cuadrilla Juvenil Jalisciense; con ello, se presentaba la oportunidad de calmar las ansias de novillero con los toros embolados al final de cada corrida. Antonio Romero, de esta cuadrilla, fue quien les enseñó los conocimientos del buen torear y al ver en ellos gran afición y facultades, consiguió que el señor Machuca, persona de su amistad que se desempeñaba entonces como regidor del Ayuntamiento, le concediera la oportunidad detorear su primera corrida en la plaza de toros Colón, el 16 de septiembre de ese año. Ya para entonces, Teófilo el menor de los hermanos vivía estas emociones al lado de ellos.
Después de años de intensa preparación, el 14 de septiembre de 1930, se iniciaron de lleno en la tauromaquia, formando como cuando eran niños su cuadrilla: Jesús, novillero matador de toros; Vicente, picador y Teófilo banderillero. Tuvieron varias giras al interior del país, una de ellas a Fresnillo, regresando a casa con las orejas en la mano; se presentaron también en ferias del bajío como Salvatierra, Dolores Hidalgo y San Juan del Río, donde alternaron con don Juan Silveti.

La cuadrilla de los hermanos Camacho siguió toreando hasta 1935, año en que Jesús, al regresar de una corrida, tuvo una lesión delicada en la cabeza al accidentarse el vehículo en que retornaban a casa y ya no pudo torear a pesar del esfuerzo que realizó en 1937. Vicente fue solidario y también se retiró como picador de toros.
Teófilo continuó activo y alternó en algunos festejos con Juan Silveti, Heriberto García y el “Chato” Balderas; incluso en 1943, banderilleó en dos ocasiones en la plaza de toros México y después de su incursión en el coso taurino más importante de Latinoamérica, Teófilo se retiró.
Don Lorenzo Garza “El ave de las tempestades”, quien los conoció personalmente, guardó siempre muy buenos comentarios para ellos, destacando a Jesús quien llegó a dominar los tres tercios: capa, banderillas y muleta.
Vicente fue extraordinario picador de toros; en esa época, los caballos para la pica no utilizaban petos y durante todos sus años de actuación que no fueron pocos, ningún toro lastimó su caballo de picar; dejaba llegar al burel haciendo de la reunión todo un espectáculo digno de admiración por su valor, estilo, conocimientos y destreza… ¡Había que verlo, arte puro!
Teófilo fue un magnífico banderillero de un valor y arte incomparable que se resume en el siguiente acróstico, dedicado a él por Jesús Santos Medellín, en enero del año 1940.
Tienes para poner las banderillas
El secreto magistral y pinturero
Orgullo de la fiesta y de cuadrillas
Figura excelsa y gran banderillero.
Inspiración has sido del pintor,
Llama votiva de la fiesta brava,
Olé tu gracia y sin igual valor.
Cuchares mismo desde allá te alaba.
Asombras siempre como novillero
Muchas dianas te dan con la franela,
Así pisa los cosos el torero
Cumbre, y alegre como castañuela
Ho ¡Chavalillo de la Cruz primero
Oro vales aquí, y donde quiera!
Recordemos también a otros queretanos ligados a la tauromaquia, cuando se realizaba el “Convite taurino”, aquella singular promoción que días antes de las corridas en la plaza Colón desfilaba por las calles de nuestra ciudad una troca, llevando el zarzo de banderillas, luciendo su fabricación artesanal de manos de Teófilo Camacho y ahí junto a ellas, una pequeña orquesta tocando pasos dobles, en medio de muletas, capotes y otros avíos, amén de que previo al paseíllo, era notable la presencia de bellas manolas en elegantes carretas, desfilando ante el público, luciendo garbo, salero y regalando claveles reventones de rojo intenso y carteles del festejo.
En las calles y lugares donde existieron las antiguas plazas, siguen en el recuerdo las imágenes de Eliseo Muñóz “Chito”, Paco Gorráez “El cachorro queretano”, “Los Chicos de Querétaro”, Ernesto San Román “El Queretano” y algunos novilleros como Marcos Vielma, Agustín San Román, Rolando de Benavente, y los picadores Manuel Pozo “El mochilas”, “El duraznito”, y Tanis y Ramón Estrada, entre otros.
También vienen a la memoria “El Ronco”, famoso torilero; Matías, quien fue guarda plaza de la Santa María antes de don Panchito, el actual custodio de la misma; don Maurilio Bravo, el inspector autoridad en el callejón de las plazas, más estricto y severo que ha habido.
Toreros y capotes frente al toro; queretanos soñadores que, a la distancia de la vida, llevaron en su sangre el sonar de parches y metales al dar las cuatro y media de la tarde. Aun en el imaginario de los alrededores de la Alameda se oye en el ambiente las expresiones que brotaban de sus labios: ¡Aja toro!… ¡Aja bonito!… ¡Venga torito! y en los tendidos los gritos de los aficionados coreando: ¡Olé!… ¡Olé!… y el resonar de las ovaciones.
Queretanos importantes de la época de oro de la tauromaquia queretana que siguen en la mente de los viejos aficionados, que cada vez somos menos, ya que vamos dejando este mundo… como la tauromaquia misma.
Muchas gracias.

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