Santa Teresa de Jesús y su relación con la fiesta brava
Desde sus inicios la tauromaquia ha estado ligada a la religión y la religiosidad, tanto que algunas personas profesando su fe, tuvieron en sus vidas algunos acontecimientos con toros, que fueron considerados milagrosos y les valieron la beatificación y su posterior santificación.
Santa Teresa de Jesús nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515; aparte de su fama de mística, santa y doctora de la Iglesia católica, tuvo en su vida varios pasajes “milagrosos” relacionados con el mundo de los toros, ganándose el mote de la “Santa torera”.
El Marqués de San Juan de Piedras Albas en el primer tomo de su libro “Fiesta de toros, bosquejo histórico”, describe a Santa Teresa como “una mujer de temple, resolución y carácter extraordinarios”, tres virtudes taurinas por excelencia que las podemos traducir en valor, temple y mando.
Federico García Lorca en su libro Conferencias II, “teoría y juego del duende” dice de ella “Recordar el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de Fray Juan de la Miseria, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel, porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo…”.
Solamente comentaré uno de los acontecimientos considerados milagrosos de los varios que tuvo con los toros y que la valió ser santificada.
Este encuentro ocurrió en un pequeño poblado llamado Duruelo de Blasco Millán, a donde se trasladó para fundar el primer monasterio de frailes de la primera Regla de Descalzos. Elrelato, fue recogido por el cura don Genaro Lucas González, quien lo plasmó en una de su obra titulada “Granitos de Incienso” en 1904.
“En aquel pedacito de prado verde junto a aquellas hermosas encinas, fue donde hizo un célebre milagro la Santa Fundadora; allí unció los toros más bravos de la ganadería”…
“Dicen, y yo lo oí mil veces a mi santo abuelo, que cuando vino por primera vez a estos sitios la gloriosa Santa para tomar posesión de la pobre casa, donada con tal objeto por un señor de Ávila, fue tanta la pobreza y suciedad que en ella halló, que los que la acompañaban se opusieron tenazmente a la fundación”.
“Como la santa era tan atrevida, jamás dejaba por dificultad alguna sus funciones, sabiendo que Dios lo quería y debía de saberlo. La santa no se detenía por nada, reunió a los vecinos del pueblecito y al oír hablar de limosnas a la madre, le dijeron: Señora, somos bien pobres y nada podremos darle; pero el dueño de estos campos es un señor muy rico, pero muy perverso; si ese fuese bueno, podría remediar la necesidad”.
“Pasárosle recado al potentado y ésta fue su contestación: ¡Un convento! Sí, que lo hagan, yo procuraré no quede fraile ni monja para un remedio. Los bravos toros de mi ganadería darán de ellos muy buen recaudo. La compañera de la Santa desesperó por completo; y el buen sacerdote rogaba a la Madre Teresa que por Dios no fundase, que Dios no debía de quererlo. La Santa le contestó:cuantos más estorbos pone el demonio, mayor gloria resulta a Dios hacerlo, y al verla tan resuelta callaron, porque todos comprendían que Dios andaba de por medio”.
“Descansad un poquito, hermanos, mientras yo busco a ese bravucón de caballero; paréceme a mí que Dios se va a valer de el para grandes cosas. Y la Santa se lanzó por entre los espesos matorrales en busca de aquel malvado, más bravo que sus indómitos toros. Divisó por las cumbres al caballero que pasaba orgulloso revista a su fiera ganadería sobre un brioso caballo; allá se fue para hablarle aquella monja andariega, y detrás la seguían los otros con algunos vecinos del pueblo. Soberbio, si los hay, y descortés como ninguno, se vino a ella aquel miserable, y sin quitarse el sombrero, con un gesto de malvado, le dijo: Salid pronto de mis campos, o mis toros os harán salir por la fuerza”.
“La Madre Teresa, que parecía esperar esto, con una sonrisa que jamás supo imitar nadie, le dijo ¿señor y dueño mío; precisamente vuestros toros vengo yo buscando?”.
“Quedose como embobado aquel fiero gavilán; el tímido pajarillo aprovecho este embobamiento para decirle; Jamás he dudado, bondadoso señor, que dejarais de atender a una petición tan justa. No hay duda que tenéis buen corazón. Un señor de Ávila nos ha donado una casita en este pueblo para el primer convento de la Reforma Carmelitana. Dios ha de mover vuestro corazón para que nos deis una yunta, que nos sirva para limpiar la casa y arrastrar algunos materiales”.
“Volvió el demonio a hacer de las suyas, y como era dueño absoluto de aquel hombre, atizó sus fieras pasiones para que ahogaran los primeros movimientos de generosidad y compasión que en él apuntaron. Tomando de nuevo su instinto feroz, con toda la malicia de su negra alma hizo una contraseña al vaquero, digno criado de tal amo, que se entendieron al punto, y le dijo: ¡Tito!… ve con esta monja, y haz lo que ella desea; aparta de la manada al Pinto y al Bardino, y que ella los unza. Esto, dijo aquel miserable con tan marcada malicia, que ya no podía detener su burlona risa en el pecho. Y añadió espoleando el caballo y alejándose: Si los unce, se los regalaremos para que levante el convento”.
“¡Gracias, bondadosísimo señor! Contestó la Santa: siempre le juzgué bueno, pero jamás creí podía llegar su generosidad a tanto. Así habló la Madre Teresa, disimulando las perversas intenciones de aquel infame”.
“Yo te daré la generosidad, repuso el mal caballero saboreando ya la satisfacción diabólica de ver deshecha en trizas y volar por los aires a aquella imprudente monjilla”. “Retiróse él detrás de aquella corpulenta encina para observarlo todo con menor peligro, y al apartarse señalando al sacerdote y a la otra religiosa que divisó a lo lejos, dijo al vaquero: Mételos por aquel lado, y hoy mismo quedará el convento concluido. Porque segurísimo estaba el truhan de que los fieros toros de su ganadería habían de regar estos prados con la inocente sangre de los fundadores”.
“La Madre Teresa, con aquel ánimo y valor que solo ella tenía, se fue a la monja que llorando se mostró ante ella pidiendo que desistiera de tal encomienda y le dijo: Mejor haría su merced en dejar esas lágrimas para llorar sus pecados y los míos, y no me sea tímida la monjita. Qué, ¿acaso no sabrá mi Jesús amansar las fieras?; aún estaba hablando la Madre Teresa cuando el eco de los silbos y voces, el áspero restallar de la honda del vaquero, se vieron salir de entre los demás los toros Pinto y Bardino, y bramando y escarbando furiosos con manos y cuernos la tierra, hasta poner miedo al mismo señor que los observaba escondido, iban los animales como diciendo: ¿Qué hacemos? ¿Quién se nos pone por delante?”
“¿Quién? Aquella pobre monja que como si se tratara de dos de sus novicias hablóles de este modo: Venid, venid acá, que ya no sois de vuestro amo, que sois míos. Y diciendo y haciendo se fue derecho a ellos con la mayor sal del mundo. Helados de estupor se quedaron el Padre Julián y la otra religiosa, y mucho más el caballero, que esperaba deleitarse viendo por el aire las tocas de la imprudente monja. Pero al fin y a la postre, el imprudente resultó él, porque como dos mansos corderillos se vinieron el Pinto y el Bardino a la Madre Teresa, quien les dio alguna palmadita en el cuello, mientras ellos sacaban la lengua como si quisieran besarla las manos”.
“Volviose la Madre Teresa a sus compañeros, diciendo: Vengan y no teman, tontitos; tráiganme para uncir mi yunta, porque no hay fiera tan feroz que el Señor no la dome, ni corazón tan duro que el Señor no mueva. Esto debió de decirles, porque notó que el amo se había bajado del caballo, y se le veía postrado en el suelo perfectamente arrepentido y golpeándose el pecho.
Acercóse todo confuso al grupo que con los toros amansados hacían las Religiosas y el Padre, y echándose a los pies de la Madre Teresa, sin dejar de llorar exclamó: Sí, ¡sois Santa! Perdonadme, y haced que el Señor me perdone…”
“Aquí Santa Teresa mudó en mansos corderos los dos toros más bravos, y el corazón de un infame, en un hombre de bien y fervoroso cristiano…”.
Santa Teresa murió el 4 de octubre de 1582. A los 14 años de su muerte y por mandato de Felipe II, se realizaron las gestiones para su beatificación el 17 de febrero de 1596. El Papa Pablo V la elevó a la categoría de Beata el 24 de abril de 1614; fue tal la euforia, júbilo y regocijo que se levantó en toda España, que fue un acontecimiento nacional, celebrándose en todas las poblaciones donde había conventos y monasterios de Carmelitas reformados fundados por Santa Teresa, solemnes festejos religiosos, justas y torneos literarios, sin olvidar las fiestas de toros, celebraciones de especial interés y deleite para el público.
En total fueron 86 poblaciones que celebraron con festejos taurinos la Beatificación de la Madre Teresa de Jesús, según relata el marqués de San Juan de Piedras Alba, en el primer tomo de su libro “Fiestas de toros, bosquejo histórico”, en donde aporta una amplia relación de las fiestas de toros que se corrieron por toda España. Fray Diego de San José, en su obra “Fiestas en la Beatificación de Santa Teresa” en 1615, menciona: “En esa época, la costumbre era correr seis toros por la mañana y ocho por la tarde, sin contar que en muchas ciudades se corrieron varios días seguidos, como en Ávila, donde se corrieron doce toros en la plaza del mercado chico y al día siguiente se corrieron en la del mercado grande. Aun así, haciendo una media de 8 toros por festejo y las 86 poblaciones que las celebraron, el cálculo arrojaría 688 toros los que se corrieron para conmemorar tan fausto acontecimiento, a pesar de estar vigente el breve Supcepti Muneris de Clemente VIII, que mantenía la prohibición a los toros, aunque ya solo era de guardar paramonjes, hermanos mendicantes y los regulares de cualquier orden o instituto regular”.
El 22 de marzo de 1622, cuando el Papa Gregorio XV la elevó a los altares con la categoría de Santa, se repitieron las mismas celebraciones de júbilo, con actos litúrgicos solemnes y las populares fiestas de toros. El conde de Las Navas, en su obra “El espectáculo más Nacional”, tomo I, Página 113, dice: “Y por lo que hace a canonizaciones, diré, que solo la de Santa Teresa costó la vida a más de 200 toros en unas 30 corridas, dadas en lugares donde había conventos fundados por la insigne doctora de Ávila”.
No cabe duda que la tauromaquia y la religiosidad han avanzado de la mano desde hace varios siglos, estando presente y documentada incluso en los milagros de Santa Teresa de Jesús.
Muchas gracias.

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