La peregrinación queretana número 134 arrancó con fe y fervor guadalupano. Es una muestra significativa sobre cómo Querétaro continúa siendo peregrino.
Este pequeño texto lo voy a dedicar a mi sobrino Ezequiel Velázquez Nieves, quien ahora es peregrino en el cielo. Corría el año 1987, cuando a los cinco años de edad un niño se abrazaba a la mano de su abuelo Alfonso Nieves. Caminaría para ver a la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac. Vestido con su pantalón de mezclilla, su camisa blanca, su paliacate rojo en el cuello, un sombrero de paja para el sol y en el pecho su distintivo de la peregrinación del grupo de Ezequiel Montes.
Tan curioso y simpático, que sus padres decían que luego del “Cerro Partido” lo traerían de regreso. Sin embargo, no quiso. Ese niño caminó, cantó y rezó el rosario durante toda la jornada hasta llegar a los pies de la Virgen.
Vino a despedirse de sus abuelos paternos, diciendo que volvería pronto. Con un cabello alborotado y rizado, con una sonrisa en los labios, pero con una seguridad de ver a mamá Virgen tremendamente esperanzadora, así se convirtió en un peregrino de a pie, con el abuelo y con los tíos.
Luego años más adelante se llevó al hermano Abel Velázquez Nieves. Juntos caminaron por buenos años hacia el Tepeyac. Convencido de que la Virgen escuchaba sus intenciones, y bajo el lema de su madre que le decía: ¡ofrece tu dolor y cansancio a la Virgen!.
Sus padres lo alcanzaban en sus jornadas cercanas, más adelante ya no se podía. No eran tiempos de internet y celulares, sólo esperaban que se llegara aquel domingo donde cientos de peregrinos entraban a la basílica. Para ello, ya habían pagado los tradicionales lugares en el autobús que los traería de regreso. Ese niño llegaba a ver a mamá Lucha con su distintivo, ese era su regalo para la abuela. Le daba un abrazo a la mitad de su vientre y decía: ¡ya llegué!
Siendo un peregrino murió con su rosario en mano, su estandarte en su caja durante la velación, y con la certeza de que la Virgen María lo abrazó en su último momento. Con amor y admiración para todos los peregrinos.
María Velázquez Dorantes
Añadir Comentario